La Comisión Europea ha adoptado el primer plan estratégico de investigación e innovación para Horizonte Europa (2021-2024) por valor de 95.500 millones de euros.
https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/es/IP_21_1122
Entre los objetivos de ese plan se encuentran algunos como “Convertir a Europa en la primera economía circular, climáticamente neutra y sostenible, basada en la tecnología digital”.
¿No recuerda esto a “convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social”?
Pues sí, lo recuerda y mucho. Esto último fue acordado por el Consejo Europeo de Lisboa del 23 y 24 de marzo 2000. El Consejo Europeo agrupa a los Presidentes y Primeros Ministros de los Estados de la UE, verdaderas máximas autoridades-potestades de la Unión.
¿Qué ha sucedido durante los últimos 20 años? Un fracaso total. Ha sucedido que Europa ha declinado, decae y se rezaga en cuanto a investigación. Por tanto, también se queda atrás en términos económicos y no puede financiar adecuadamente nuestra verdadera seña de identidad en el mundo, nuestra bandera moral: una fraterna Sociedad del Bienestar al servicio de nuestros ciudadanos, cada vez más necesitados de esta fraternidad por su mayor envejecimiento colectivo.
La pandemia del COVID-19 ha sido un accidente inesperado, pero al menos ha servido para alertar sobre nuestros hándicaps industriales y organizativos para atender a nuestros ancianos, jóvenes y personas con diversidad funcional o discapacidad. Abramos los ojos y no erremos otra vez.
La República Popular China (RPCh), controlada por el totalitario Partido Comunista Chino (PCCh), ya lidera el número de solicitudes internacionales de patentes. En 2019 fueron casi 59.000 solicitudes, según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), cuando tan solo una década atrás se limitó a instar 276 solicitudes de dichas patentes. En escasamente 20 años, su progresión se ha acelerado en más de 200 veces. La RPCh, ya mira a los Estados Unidos por el retrovisor y, en consecuencia, también a Europa, que va muy por detrás de EE.UU. Es más, la mitad de las solicitudes mundiales de patentes ante la OMPI -un 52%- proceden ya de Asia. Si comparamos las solicitudes originadas en universidades y organizaciones científicas, el dominio de la RPCh es demoledor, con 17 centros entre los primeros 20 del planeta.
(Contrástense datos actualizados sobre patentes en:
https://www.wipo.int/pressroom/es/articles/2021/article_0002.html )
Centrándonos en un ámbito tecnológicamente disruptivo como es la inteligencia artificial (IA), Europa también está siendo batida por completo ante la OMPI por los Estados Unidos, sobre todo merced a la iniciativa privada de sus grandes firmas tecnológicas. Incluso Corea del Sur ha adelantado a toda Europa en este campo, y no solo por una inexistente política pública federal europea en la materia, sino incluso por absurdas y esterilizantes trabas jurídico-burocráticas de corte nacionalista, que impiden agilizar la protección de los avances en inteligencia artificial en la Unión.
De este modo, Europa está perdiendo la carrera por la productividad y también la carrera por la competitividad. Por esta senda será muy improbable que podamos preservar nuestro modo de vida que, sin duda alguna, vale la pena defender y promover entre toda la humanidad.
El eje económico del planeta se desplaza aceleradamente del Atlántico al Pacífico, de la matriz europea a la asiática. Asumámoslo, Europa no es el centro del planeta. Superemos la tara euro-centrista y el estéril micro-nacionalismo para ser relevantes en el futuro inmediato.
En su Libro Blanco sobre Crecimiento, competitividad, empleo -Retos y pistas para entrar en el siglo XXI- (1993), impulsado por el anhelado e inimitable Presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, se decía:
La Comunidad invierte en investigación y desarrollo tecnológico comparativamente menos que sus competidores. Sumados todos los gastos de investigación (pública y privada, civil y de defensa), en 1991 la Comunidad dedicó a IDT 104000 millones de ecus aproximadamente, frente a 124000 de Estados Unidos y 77000 de Japón. Ello supone una media del 2 % de su PNB, frente al 2,8 % en Estados Unidos y el 3 % en Japón; si se considera la cifra de población, se obtienen 302 ecus por habitante en la Comunidad, frente a 493 en los Estados Unidos y 627 en Japón. Sin embargo, se observan diferencias importantes entre los Estados miembros. Por ejemplo, mientras que Alemania destina el 2,6 % de su producto interior bruto a investigación, Grecia y Portugal dedican al mismo fin sólo el 0,7 %. Esta falta de inversión es especialmente aguda en las empresas, que en Europa financian tan sólo el 52 % de la investigación, frente a, por ejemplo, el 78 % en Japón. Además, el número de investigadores e ingenieros es comparativamente menos importante en la Comunidad: 630000 (4 por 1 000 personas activas), frente a 950000 en Estados Unidos (8 por 1 000 personas activas) y 450 000 en Japón (9 por 1 000 personas activas).
La deficiencia más grave del sistema europeo de investigación es su comparativamente escasa capacidad para transformar los avances científicos y logros tecnológicos en buenos resultados industriales y éxitos comerciales. En la mayor parte de las disciplinas y campos, la capacidad investigadora de Europa —medida, por ejemplo, por el número de publicaciones de los investigadores europeos y la frecuencia con que son citadas— se sitúa en un primer plano mundial. En ciertos ámbitos muy vinculados a la actuación pública, como las telecomunicaciones, los transportes o el sector aeroespacial, las empresas europeas pueden enorgullecerse de éxitos tecnológicos incuestionables. También las empresas químicas y farmacéuticas europeas gozan de un puesto privilegiado en los mercados mundiales. Sin embargo, en todos los restantes campos de tecnología avanzada, las empresas europeas, salvo escasas excepciones, no han logrado concretar en productos y competitividad sus logros científicos y tecnológicos.
Delors nos advirtió, igual que Jean Monnet en 1946. Pero en ese Libro Blanco (1993) solo se cita a China en tres ocasiones, y en ningún caso en algo remotamente relacionado con el I+D+i o con la alta ciencia y tecnología industriales. Corea ni se menciona. Pues bien, aún no 30 años después de esa advertencia sobre el declive de Europa como potencia científica, industrial y económica, ahora la Comisión Europea intensifica su vacua lengua-de-madera. La Comisión se auto-engaña y nos engaña. Los europeos vamos por el mal camino, y por esta senda de ineficiencia no podremos sostener nuestro modo de vida, basado en la fraternidad e igualdad, sobre las que descansa la Sociedad del Bienestar, que tanto nos ha costado levantar tras la Segunda Guerra Mundial –o Segunda Gran Guerra civil europea-.
Somos europeístas. Somos federalistas europeos, pero no podemos respaldar esta derrota de la Comisión Europea en un mar de ineficiencia y de auto-complacencia burocratizada. Queremos una estrategia vencedora. Queremos resultados y los queremos YA. Precisamos una estrategia de integración, también en el ámbito de la ciencia. Precisamos crear universidades federales abiertas al mundo, sean públicas, privadas o mixtas en su financiación. Precisamos grupos de investigación liderados por nuestras industrias y con apoyo público a través de esas nuevas universidades, pero siempre de modo eficiente. Precisamos un cambio radical con resultados a escala mundial. Si no cambiamos, la Europa social y fraternal que queremos será menos probable que sobreviva.